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¡¡HASTA SIEMPRE NEGRITA!!

Publicado: 2025-04-16


Finalizaban las noches de setiembre de 2013 con mis hijos en una sola plegaria: “Diosito por favor, que reviva Greco”.

Greco, nuestro bonachón Labrador, había fallecido hacia poco víctima de un tumor cerebral inoperable y Jacco, nuestro primer hijo de 4 patas, se quedaba solo.

A pesar de gustarme las mascotas había decidido que nos quedáramos solo con una. Ese había sido el plan inicial y Greco, originalmente el perro de mis suegros, había terminado por decisión de ellos quedándose con nosotros cuando nos mudamos a nuestra casa.

Aunque no negaré que fui un feliz y entusiasta ejecutor de dicha decisión.

Pero las oraciones de los chicos hicieron el milagro… a su manera.

Un buen amigo de la familia llamó para ofrecerme una cachorra en adopción.

¿Una schnauzar gigante y negra?, “Umm, lo pensaré” le dije a mi esposa.

Yo le había agarrado el gusto a los Schnauzer, esos cariñosos y guardianes barbones y cejudos. De hecho, Jacco era uno miniatura de un clásico tono sal y pimienta y la cachorra ofrecida era de color negro, como Greco.

“Los chicos se pondrían felices” insistió mi esposa, venciendo una resistencia que, en el fondo de mi corazón, nunca fue férrea.

Así pues, Findel llegó a nuestras vidas un día de setiembre de 2013 y desde el inicio de nuestra relación se hizo notar.

Cuando fuimos a recogerla nos mostraron 2 ejemplares para que escogiéramos. De arranque nos sorprendió el tamaño de ambas, pues con casi 3 meses de nacidas eran ya del tamaño de Jacco y no entraban en el pequeño transportador de cachorros que entusiastamente mi esposa había comprado.

Ambas eran lindas, pero inmediatamente una llamó mi atención. Era un poco más robusta, segura de sus movimientos y particularmente confiada y juguetona con nosotros. “¡esa es!” me dije y nos la llevamos.

Y no me equivoqué. Findel iba a ser única.

Leal, activa, protectora y cariñosa, esa “osa” negra nos llenó la vida de recuerdos.

Findel era una perra con porte y facha que siempre llamaba la atención por donde pasara. Además, tenía un andar “rumbero”, moviendo las caderas “de aquí, para allá” que causaba mucha gracia.

¡Como olvidar cuando se juntaba con otros perros!. Nunca fue agresiva, pero si dominante. Hasta para los juegos ella tenía que ser la reina del vecindario y más de una vez me hizo tener que deshacerme en disculpas cuando sometía a otros sin mordisco alguno (solo con las patas y sus mas de 40 kg de peso), pero en varios casos acompañada de los alaridos de terror de algunos de esos peluditos de 4 patas que pensarían que se los iba a comer de un bocado.

O como cuando parecía “Dino” de los Picapiedra y se llevaba por delante a cuanto humano retara su curiosidad escondiéndole o elevando cualquier cosa que quisieran esconderle (¡Siii!, con ella aprendí que nunca debo soltarles la correa por más educaditos que estén).

Pero bastaba que le pusieran una pelota delante para que todo a su alrededor pasara a un segundo plano!. ¡Qué manera de gustarle correr detrás de ella para atraparla y mordisquearla!. ¡Nos divertíamos mucho lanzándosela una y otra vez!. Findel, cuando joven, parecía inagotable en la obsesión de ser la primera en atraparla o arrebatársela a cualquier otro perro que osara competir con ella.

Fiel protectora de la familia, Findel acompañaba a los chicos en cuanta aventura se propusieran. Sea para trepar cerros o meterse al mar, ella estaba a su lado siempre. era curioso como, instintivamente, se ponía particularmente atenta y en guardia cuando se nos acercaba cualquier persona con el rostro medio cubierto o llevando algún bulto u objeto que le pareciera sospechoso. No sé si alguna vez hayamos corrido peligro real, pero he visto a mas de uno pasar a la otra acera o tomar dirección contraria cuando ella se ponía en modo “guardián”. ¡Y ni que decir cuando un extraño entraba a la casa!, había que sacarla al patio, para que este se animara a hacer lo que tuviera que hacer en el inmueble.

Pero, así como inspiraba respeto o temor en los adultos, era un pan de Dios con los niños. Tenía una paciencia infinita para dejarse agarrar por ellos y le encantaba que le prodigaran caricias. Conmigo había aprendido a jugar rudo y, de hecho, lo disfrutaba. Findel Era un “blindado negro” que gozaba de los revolcones y apachurradas que le daba; así que los jaloneos de los chicos que se animaban a jugar con ella eran simples cosquillas. ¡Era divertido ver como trataban de mover a la mole!.

¡Y cómo olvidar tus travesuras Findel! ¡Las anécdotas que nos dejaste!

¡Eras un barril sin fondo que devoraba todo lo que te pusiesen al frente!, ¡la ladrona de papas y zanahorias para comérselas crudas!; ¡el fantasma negro que aprendió a abrir puertas para subir las escaleras, llegar hasta la cabecera de mi cama y despertarme con tu respiración y tus ojos fijos en los míos!

¿Y el “Domingo 7” que te trajo tu primera y única camada?; cuando tuvieron que hacerte una cesárea y al despertar no reconocías y rechazabas a los cachorros. ¡Los días que tuve que encerrarme contigo para acostumbrarte a tus propios hijos y luego ser el único humano que podía agarrarlos!

¡Las veces que debes haber pensado: “es la hora de Findel” y metías tu cabeza entre nuestros brazos o ponías tu patita sobre nuestras piernas para reclamar mimos!. El “ignorenla” no funcionaba contigo!

Es verdad que ya eras viejita. Tus casi 11 años perrunos te hacían una adulta mayor de 90 años humanos aproximadamente. Pero tú, negrita coqueta, jamás aparentaste tu edad. Por eso tu deterioro, abrupto y muy rápido, nos cogió de sorpresa a todos. No tuvimos tiempo de hacernos a la idea que podía estar ya cercano tu tiempo de partir.

Pero es la ley de la vida.

El día que te fuiste, desperté encontrándote ida, sin reacción ni fuerzas para nada. Mientras llamaba a la veterinaria para llevarte de emergencia, por un momento recobraste el sentido, debiste reconocer mi voz, y alcanzaste a levantar tu patita para abrazar mi mano contigo. Era la despedida y no lo sabía en ese momento. Unas horas después tu corazón dejaría de latir.

No sabes el dolor que siento por ello.

No sé si te dimos una buena vida. Quiero creer que si. De lo que estoy seguro es que tu hiciste la mía y la de mi familia maravillosa.

Te voy a extrañar.


Escrito por

Zoon Politikón

Por Ricardo Lituma Muñoz. Abogado, idealista (¿o iluso?) creyente de las posibilidades de adecentar la política y el servicio público.


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